
CAPÍTULO V: TROPICAL LAGOON
El alba se levanta sobre Nomad Coast con un manto arrebol que recubre toda la isla con su esplendor. Mónica, Dafne, Alex y yo estamos en la playa, observando como las olas se elevan sobre las aguas con tenue ímpetu, mientras que Fabio, Jordan y Lena se deslizan sobre ellas con sus serpenteantes tablas de surf. Los socorristas abren el puesto de salvavidas, los hamaqueros del Tropical Lagoon van y vienen con colchones y sombrillas entre los pasillos de hamacas. Las gaviotas tienden su vuelo cayendo sobre el mar. Algún que otro transeúnte, camina en solitaria compañía por las orillas de Nomad Coast. Por la playa se extiende una calma desconcertante y mientras contemplo todo lo que hay a mi alrededor, una leve y apacible armonía me invade por dentro.
En la playa el tiempo pasa veloz, tanto que no sabemos ni cuánto tiempo llevamos aquí. Los surfistas salen del agua y la mañana continúa entre risas. Lena se levanta de la toalla y saluda a alguien desde lejos. Todos nos giramos para ver de quién se trata, mientras nos dice:
—Chicos, ahí está mi abuelo, voy a saludarle.
Lena se dirige al chiringuito y le pregunto a Mónica:
—¿Quién es su abuelo?
—Es Mikel, el dueño de todo esto —me contesta Mónica—. Es una persona muy importante en Nomad Coast, desde la nada empezó un chiringuito con pocas hamacas y ahora es una de las personas con más patrimonio de la isla.
—Tiene que ser una persona muy interesante —le digo.
—Desde luego —interviene Jordan—, y un tanto estrafalaria.
—¡Anda, vamos a acercarnos! Te encantará conocerlo —me dice Mónica.
—Hoy va a celebrar una de las fiestas más esperadas del año —habla Dafne—, la fiesta de fin del verano...
—Por eso nos hemos venido tan temprano —le interrumpe Fabio—. Hay que aprovechar la calma antes de que se cierne el caos, en pocas horas este lugar lo invadirá la gente de Palm Road.
—¿Cuándo empieza la fiesta? —indago.
—Dentro de pocas horas —me responde Fabio—, dura casi todo el día.
—¡Nos lo pasaremos genial! —añade Dafne con una sonrisa dulce.
Llegamos al Tropical Lagoon Beach Club y allí Lena nos presenta a su abuelo. Mikel es una persona ciertamente misteriosa. Su cabello lo lleva muy repeinado y es blanco como la nieve, unas gafas oscuras le ocultan los ojos, viste una camisa de lino amarilla y unas bermudas blancas que añaden un toque de frescura luminosa a su atuendo. Sus pasos se llenan de brillo con unas zapatillas doradas, que destellan como si llevaran consigo los rayos del sol. Aunque tiene un aspecto insólito, Mikel es una persona entrañable.
—Chicos, entrad y tomaros algo —nos invita Mikel—. Pronto se llenará el chiringuito y no cabrá ni un alfiler.
El Tropical Lagoon está muy bien ornado. Todos los rincones están decorados con racimos de azucenas y glicinas blancas colgadas sobre las vigas de madera. En la terraza del chiringuito hay una pérgola en la que sobre su techo se extienden largas hileras de guirnaldas. Me percato de que los camareros del Tropical Lagoon llevan la misma camiseta que Lena. Es blanca como un mar de nubes, y sobre esa blancura luminosa destaca un sol dibujado en espiral, estampado en gris oscuro. Además, unas letras en forma de arco forman el nombre del chiringuito: Tropical Lagoon Beach Club.
—Perdona, tú cara no me suena —me dice, de repente Mikel—. Vienes de fuera, ¿verdad?
—Sí, he venido de viaje...
—Abuelo, ha venido a Nomad Coast para conocerse —asiente Lena—. Es una persona muy interesante, seguro que se lleváis bien.
—Eso es importante —habla Mikel—, conocerse a uno mismo es el primer paso para abrirse camino en el mundo, para sonreírle a la vida, para disfrutar de cada momento y, sobre todo, para no perderte por senderos sinuosos. Mi padre también vino a esta isla para conocerse a sí mismo. En Nomad Coast él encontró un lugar donde plantar su semilla emprendiendo un humilde negocio de pesca.
—¿Y cómo empezaste con este negocio? —le pregunto con gran curiosidad.
—Seguir el ejemplo de mi padre hizo que con apenas dieciséis años montara un pequeño chiringuito de madera en esta misma playa. Era un negocio modesto y siempre soñé con algo más grande, algo que hiciera vibrar a la gente y transformara esta playa en un destino único. Así que ahorré un poco de dinero y decidí arriesgarlo todo. Cerré el chiringuito por un verano y viajé por diferentes continentes, visitando lugares donde descubrí nuevas ideas para transformar mi negocio. Al regresar de mis viajes por el mundo, cambié el chiringuito con un enfoque innovador: nuevas instalaciones, cócteles exóticos, fiestas y una atmósfera única. El cambio fue arrollador, el chiringuito se transformó en un reflejo de todos aquellos momentos que había vivido fuera y eso hizo que la gente de la isla conociera nuevas formas de vida y que los que venían de fuera se sintieran como en casa.
—El emprendimiento siempre me ha llamado la atención —le digo, mientras me percato de que Lena y todos los demás se han ido—. Y, ¿te hizo feliz conseguirlo?
—Para mí todo esto era una meta personal, pero cuando lo logré, me di cuenta de que lo que realmente me hacía feliz era compartirlo con los demás —me contesta—, porque, creemos que la felicidad depende de lo que obtenemos para nosotros mismos, pero en realidad está en lo que damos a los demás.
Sabias palabras. Lo que acaba de decir el abuelo de Lena me hace reflexionar. De repente, se me viene a la mente Alex.
—Mikel, conozco a alguien al que me gustaría ayudar —le digo—, pero no sé cómo puedo hacerlo, ¿me podría dar algún consejo?
—Sí, claro —me contesta Mikel con una sonrisa—, ¿qué le sucede?
—Mira, verás...
De pronto uno de los camareros se acerca a Mikel y como están organizando los últimos preparativos, no podemos seguir con la conversación, por lo que tendré que seguir pensando por mi propia cuenta, en cómo ayudar a Alex para conseguir que Bunker Port siga en pie.
Almuerzo con el grupo de Mónica en el Tropical Lagoon y luego tomamos unos cafés. La fiesta del final del verano está a punto de empezar, pero de pronto me asalta una duda que hace que salga de esa agradable burbuja de descanso que me envuelve en el Tropical Lagoon. Estos días en Nomad Coast han sido muy intensos y acabo de olvidar cuál es mi verdadero propósito en esta isla. Aún no he encontrado el significado del collar blanco y de la carta con aquella dirección. De pronto, me invade un anhelo insaciable por descubrir la verdad. No voy a poder quedarme en la fiesta, no puedo perder más tiempo. Tengo que ir a ese lugar para poder conocer mis raíces. Así que decido levantarme de mi taburete y le digo a Mónica y a sus amigos:
—Chicos, me tengo que ir.
—¿Cómo te vas a ir? ¡La fiesta acaba de empezar! —interviene Lena.
—He olvidado una cosa en el albergue, vuelvo enseguida —le contesto.
—¿El qué? —me pregunta Mónica.
A esto no sé qué responderle. No sé si contarles la verdad, si se lo cuento quizás se extrañen de mí, pero si lo hago quizás alguno de ellos me pueda ayudar a encontrar respuestas.
—Tengo que ir en busca de mis orígenes —le respondo.
Al decir esto se forma un estruendoso silencio entre nosotros y todos se quedan mirándome con los ojos en suspenso.
—¿En busca de tus orígenes? —me pregunta Jordan, extrañado.
—Sí, vine a esta isla para encontrar mis orígenes —le respondo—. Hace unos meses encontré en el sótano de mi abuelo un collar de cuentas de arcilla blancas y una carta con una dirección de esta isla.
—¡No puede ser! Ahora comprendo porque llevabas el collar de cuentas de arcilla blancas —dice Mónica—, seguramente pertenezca a un ancestro tuyo.
—No lo sé, pero mi misión es descubrirlo.
—Te ayudaré —me propone Mónica—. ¿Qué dirección venía en la carta?
—Old Town 1 de Nomad Coast —contesto.
—¡Ah, Old Town! No está tan lejos —asevera Mónica —. Es el barrio más antiguo de la isla, te llevaré allí, llegaremos en poco tiempo.
—¿Es muy antigua la carta? —me pregunta Lena—. Old Town ha cambiado mucho de un año para otro, seguramente la dirección de la carta ya no sea la misma.
—Hay alguna gente que lleva toda la vida viviendo en Old Town, alguien debe saber algo —dice Mónica.
Mónica y yo salimos del Tropical Lagoon y nos montamos en su coche. De camino a Old Town se extiende un hermoso paisaje que contemplo desde la ventana. Al recorrer un kilómetro y medio por el interior, llegamos a Old Town. Este distrito es un lugar armonioso y lleno de luz. Una fuente de piedra decora el centro de la plaza, que está rodeada de restaurantes y pequeños locales. Mientras Mónica busca aparcamiento, pasamos cerca del ayuntamiento de Nomad Coast, que es un edificio alto e imponente.
Como no quiero que Mónica se pierda la fiesta del fin del verano, le digo:
—Mónica no te preocupes por el aparcamiento, déjame por aquí, ya me las apañaré como pueda.
—No, te voy a ayudar a encontrar esa dirección —indica Mónica.
—Insisto, Mónica, conseguiré encontrarla —le digo ante su persistencia—. Ve a la fiesta, yo llegaré algo más tarde.
—De acuerdo, pero no tardes mucho —me dice, al mismo tiempo que salgo del coche—. ¡Mucha suerte Nómada! Después nos contarás.
Antes de que Mónica se marche, ultimo:
—Gracias por todo, Mónica.
Ahora estoy en el único lugar donde quizás encuentre por qué a todos mis interrogantes. Lo único que tengo que hacer es preguntar a cualquier vecino de Old Town por la dirección de la carta. Sin embargo, no encuentro a nadie a quién preguntarle. Estoy en lo que parece ser una zona residencial y por este lugar no se escucha ni un murmullo.
Después de caminar por una solitaria callejuela, por mi vera pasa un señor mayor muy bajito, sobre su hombro derecho lleva una alondra nomadina domesticada como si de un inseparable se tratase. Este señor no lleva bastón y viste a lo moderno. A esto que me acerco y le pregunto:
—Perdone, ¿me podrías decir dónde se encuentra el número uno de Old Town?
De los labios del anciano nace una leve sonrisa y me contesta:
—El número uno de Old Town no existe —me dice el anciano farfullando, y al decírmelo reina en mí una tremenda confusión—. Pero te puedo decir que ahora el número uno de Old Town es una residencia, precisamente de allí vengo yo. Mi sobrino vive allí y como es tan bondadoso con los suyos, siempre nos ayuda en todo lo que puede...
Sin preguntarme si quiero escuchar su historia, empieza a enrollarse con el relato de lo que le ha sucedido hoy, mientras la alondra nomadina da unos aleteos, se posa sobre su cabeza y empieza a picotear su canosa tez.
—Disculpe, ¿es una alondra nomadina? —le pregunto, interrumpiendo su monólogo.
—Sí, la domestiqué cuando aún era un pichoncito —me responde muy pausadamente, sin importarle que le haya cortado su dilatada perorata—. Soy aficionado a la ornitología, mi casa está llena de pájaros. Si quieres puedes venir conmigo y te enseño todos mis animalitos, ¿a ti también te gustan los pájaros?
—Bueno, en cierto modo, he venido por primera vez a esta isla y ya he visto más de una alondra nomadina —le respondo—, pero no se preocupe, es que llevo prisa y estoy intentando buscar esta dirección, aunque si me ha dicho que ya no existe...
—Si te sirve de ayuda pregunta por mi sobrino, se llama Dallas. Es rubillo de ojos azules, siempre está muy atareado llamando a unos y a otros por asuntos de negocios... Él sabrá darte la información que necesitas sobre Old Town 1, vive allí desde hace mucho tiempo, incluso antes de que se hicieran las residencias de estudiantes. Para llegar tendrás que seguir esta calle hacia delante, continuas a mano derecha y allí está el ayuntamiento, verás una tienda de trajes a medida y justo enfrente verás la urbanización.
—Muchas gracias —concluyo.
Sin decir nada más, el anciano se marcha con pasos muy ligeros en dirección contraria. Me guio por lo que me ha dicho y al seguir hacia delante, doblo por la derecha y a pocos pasos, llego a una calle contigua al ayuntamiento. Como bien me ha dicho el señor, veo la tienda de trajes y a lo lejos la urbanización. No obstante, mientras continúo con mi camino, pienso en si lo que estoy haciendo sirve de algo. Old Town 1 de Nomad Coast ya no existe, quizás tampoco exista aquello que quiero encontrar. A lo mejor es el momento de rendirse, dejarlo todo y volver a la fiesta del fin del verano... No obstante, ahora que he llegado hasta aquí no puedo rendirme, tengo que intentarlo una última vez.
Al llegar a las residencias, me encuentro con un inmenso jardín decorado de una forma muy preciosista. En el jardín se extiende un hedor a humo de cigarros eléctricos y a alcohol, porque hay un montón de jóvenes haciendo botellón. De repente, la puerta del umbral de uno de los bloques se abre y por ella aparece un joven vestido de playa que va con el teléfono pegado a la oreja, hablando y sin prestar mucha atención a la jarana. Tiene los cabellos dorados y ojos de un azul muy expresivo. Cuadra a la perfección con el hombre que me ha descrito el señor mayor, quizás sea su sobrino Dallas. Voy a acercarme a preguntarle por Old Town 1, posiblemente sea la única persona en la isla que pueda darme alguna información acerca de esta dichosa dirección. Sin embargo, antes de que me acerque a él, se monta en su coche y rápidamente se marcha.
Como no he podido hablar con él, me acerco al botellón y le pregunto a uno de los jóvenes:
—Disculpa, ¿conoces al muchacho que acaba de salir por el portal?
—Yo no, pero mi compañero seguro que sabe quién es —me responde—, él vive aquí. ¡Saúl ven!
Saúl, un joven rubicundo y de ojos claros muy saltones se acerca a nosotros y nos pregunta con una acentuación un poco afrancesada y balbuceante:
—¿Qué quieres?
—Pregunta por el muchacho que acaba de salir del portal —dice, farfullando, dado que va bajo los efectos del alcohol.
—¡Ah sí, Dallas! —indica Saúl muy sonriente, con su acento francófono—, es mi vecino del primero.
Efectivamente, era Dallas, el sobrino del extraño señor con el que me había cruzado hacía unos instantes.
—Bien, es que lo estoy buscando, pero se ha ido demasiado rápido —le digo—. ¿Sabes a dónde ha podido ir?
—Seguramente, vaya a la fiesta del fin del verano —me afirma—. El chiringuito Tropical Lagoon monta un fiestorro todos los años. Nosotros vamos ahora después, estamos esperando a unos amigos, ¿te apuntas a la previa?
No me lo puedo creer, Dallas va al mismo lugar en el que he estado hace pocas horas. Podría haberme quedado allí y todo hubiese sido más fácil. No he podido dar con Dallas en Old Town, pero por lo menos he visitado un barrio nuevo.
—Quizás en otra ocasión, gracias.
Rápidamente, salgo del jardín de la residencia y busco la forma de volver al Tropical Lagoon. He llamado a Mónica, pero no me lo coge. Seguramente, ya haya llegado a la fiesta, así que tendré que volver andando. A marchas forzadas, me dirijo a la playa de Nomad Coast siguiendo las indicaciones del GPS de mi móvil. Aunque he transcurrido un largo camino a pie, al fin he llegado a la costa y después de recorrer un pequeño trecho por el paseo marítimo, llego al chiringuito. En ese momento, el sol comienza a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. En el Tropical Lagoon hay mucha gente. La música suena animada, mezclándose con las risas y el tintineo de los vasos. En la playa la gente baila descalza sobre la arena, celebrando el final del verano con alegría. En la terraza disfrutan de las últimas horas sentados tomándose algo mientras charlan o contemplan la caída del sol. Busco con la mirada a Dallas, sin embargo, no logro localizarle. Tampoco consigo ver a Mónica y a su grupo, el tumulto no me deja ver nada.
Al poner la mirada en la barra del Tropical Lagoon, de pronto, después de haberlo perdido de vista en Old Town, veo al mismísimo Dallas sentado en un taburete tomándose un cóctel. Mientras me acerco a la barra, pienso en lo primero que le voy a preguntar, en todo lo que le tengo que decir y en todas mis cuestiones acerca de Old Town 1.
Dallas está sentado, vuelto de espaldas, a esto que me acerco a él con tenues pasos y al momento nota mi presencia, se da la vuelta y me mira extrañado.
—Perdona, ¿eres Dallas? —le pregunto con cierta seriedad.
—Sí, ¿quién eres tú? —me dice, atónito.
—Puedes llamarme Nómada —le contesto al momento—. Le quería preguntar por Old Town 1.
—Old Town 1, una larga historia... —suspira Dallas.
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