
CAPÍTULO III: PALM ROAD
Suena el despertador. Son las once y media de la mañana. Recuerdo que a las una debo estar en casa de los Basset, así que al instante salto de la cama. Por un momento la duda me asalta: ¿realmente debería ir? Sin embargo, la idea de rechazar un gesto de agradecimiento me empuja a salir del albergue.
En la parada más próxima, cojo el bus que para cerca del distrito de Palm Road. Son unas siete paradas, calculo que llegaré allí en cuarenta minutos. Al bajar del bus, camino unos minutos y nada más poner el pie en la gran avenida, el guardia sale rápidamente de la cabina y me grita:
—¡Perdona! ¿A dónde vas?
—Los Basset me han invitado a comer. Anoche traje a su hijo.
—¿A quién? —me interroga el segurata.
—A Justin, Justin Basset—le digo con seguridad.
—De acuerdo, pasa —ultima.
Hago memoria del camino que tomé para llevar a Justin a su casa y recordándolo me dirijo a mi destino. A mis ojos se presenta un Palm Road diferente, muy diferente al que vi en la oscuridad de la noche. En cuestión de horas todo ha cambiado en Palm Road, la luz del día ha mudado la sombría faz a un luminoso rostro. Sobre el cielo se levanta un raso azul que hace que el sol reluzca en todo su esplendor. Asimismo, se puede ver como planean incontables bandadas de pájaros tropicales.
La avenida se extiende recta y majestuosa, bordeada por filas de palmeras que se alzan en armonía. Entre cada una de ellas, arbustos de hibiscos con flores de colores intensos añaden un vibrante contraste que resalta aún más la belleza del lugar. Las casas, auténticas mansiones de diferentes estilos arquitectónicos, se alinean con sus fachadas imponentes. Los jardines delanteros están poblados de topiarios geométricamente recortados. En cada esquina percibo el aroma, donde rosales y arbustos de jazmines despliegan su fragancia. Me fijo cómo, tras las verjas de las mansiones, deslumbran los coches de alta gama. Es como si, en este lugar, los problemas no existiesen y todo fuese perfecto.
Después de un impresionante paseo por el barrio, llego a casa de los Basset. Pulso el botón del timbre con cierta indecisión. La puerta se abre automáticamente y atravieso el jardín delantero de la casa. Sobre el césped, se extiende un caminito de chinas blancas que conduce hasta el portal de la mansión de los Basset. Además del caminito de riscos, hay una fuente de piedra de la que brota agua cristalina, y al caer, emite un sonido relajante. La casa de los Basset tiene un estilo moderno, la fachada es blanca y está totalmente acristalada.
Anne Basset sale a recibirme y me saluda con una sonrisa.
—¡Cómo me alegro de que hayas venido! —me dice mientras me abraza—. ¡Vamos, entra!
Por dentro, la casa de los Basset es tan imponente como por fuera. No hay mucha decoración, pero su minimalismo la hace atractiva. El suelo es de un mármol muy reluciente y la mayoría de los muebles son de color blanco. Anne Basset me invita a que pase al comedor, donde ya está todo preparado para el almuerzo. Charles Basset ya se encuentra sentado en la larga mesa del comedor. Se levanta, repentinamente, y me dice:
—¡Gracias por todo lo que hiciste ayer por nuestros hijos! A Nicki ya le han dado el alta esta mañana, al final no ha quedado en nada grave y, aunque pudo haber sido peor, gracias a ti todo ha quedado en un pequeño susto.
No sé qué contestar a esto y, subsiguientemente, Anne me invita a que tome asiento. De repente, aparece Nicki.
—No sabes cuánto te agradezco lo que hiciste por mí —dice mirándome con los ojos encendidos.
—No es nada —le digo con una ligera sonrisa.
En esto, que Nicki toma asiento y más tarde llega Justin, que, al verme en la mesa de su casa, me lanza una mirada violenta y le dice a su madre, con cierto desprecio:
—¿Qué hace aquí?
—Justin, no seas maleducado —le contesta Anne Basset—, después de lo que hizo ayer por tu hermana, es lo mínimo que podíamos hacer, y no solo por ella, sino por ti, que no sabías ni dónde estabas.
—¿Y no podías invitarle en otra ocasión? —dice Justin Basset—. No tengo ánimos para tener que aguantar invitados, y menos aún, invitados desconocidos.
—Justin, le salvó la vida a tu hermana, no es alguien cualquiera —le replica Anne Basset.
Justin, molesto, toma asiento. Almorzamos sobre una larga mesa a la que no le falta ni el más mínimo detalle. Está decorada con una gran variedad de platos que Anne ha preparado con gran esmero. Mientras el almuerzo se prolonga, los hermanos Basset no me quitan el ojo de encima. Nicki no deja de observarme ensimismada, meditativa, como si yo fuese alguien que trascendiera más allá de los límites de su mundo. Justin no me mira de esa forma, me observa con cierto aborrecimiento, con una mirada incómoda que prefiero evitar. Parece como si estuviera esperando cada segundo, cada minuto, con gran nerviosismo, para que se abra la puerta y salga de patitas a la calle. Empiezo a sentir incomodidad, no solo con las miradas de los hermanos Basset, sino con la de Charles, que lo tengo justo en frente y tampoco me quita el ojo de encima. Así que no me queda otra, que refugiarse de estas inquisitivas miradas en la hospitalidad de Anne.
—Los niños dicen que no te conocen, ¿cómo te llamas? —me pregunta Anne.
—Todos me dicen Nómada —le contesto con decisión.
—¿Nómada? ¡Qué ridículo! —dice Justin con sarcasmo, mientras Anne le lanza una mirada fulminante.
—¿Y por qué todos te llaman así? —pregunta Charles.
—Me gusta viajar, vivir en distintos lugares. Siento que este nombre me representa —le respondo.
—A mí me parece muy original, ¿no, Justin? —Le dice Nicki a su hermano en tono bravucón.
—¡Claro que sí! Súper interesante —contesta de forma irónica mientras me mira con los ojos entrecerrados.
Antes de terminar el postre, Anne les pregunta a sus hijos:
—Chicos, ¿por qué no lleváis a Nómada a la fiesta de esta noche? Así conocerá a vuestros amigos.
Justin suspira y se lleva las manos a la cabeza, por otro lado, Nicki sale de su ensimismamiento y asiente con la cabeza, muy convencida de que vaya a la fiesta.
—No es necesario, Anne —intervengo por no ser una molestia para Justin.
—Claro que es necesario, se lo pasaréis bien y así os podréis conocer mejor —me dice Anne con tono convincente.
—¿No has escuchado lo que ha dicho? —habla Justin—. No quiere venir.
—Nómada, no le escuches, vienes conmigo —insiste Nicki.
Después del almuerzo vuelvo a Forest Wood, con la duda de si será buena idea ir a la fiesta con los hermanos Basset.
El tiempo vuela, son las 22:00 y me encuentro de nuevo en Palm Road. Al fin he decidido ir, más que por ganas, por mera cortesía. El cielo está estrellado y las luces de las mansiones iluminan la avenida. Los hermanos Basset salen por la puerta muy acicalados. Nicki luce un impresionante vestido de lycra azul y unos taconazos. Justin lleva unos pantalones blancos y una camiseta color lila con una flor enorme en la espalda.
—Bueno, al menos eres puntual —dice Justin con sarcasmo.
—Gracias, yo también me alegro de verte —le contesto.
Nicki se acerca a mí y me da un abrazo, seguidamente, seguimos a Justin hacia su deportivo negro. Nos montamos en el coche y nos dirigimos hacia la fiesta.
—Lo vamos a pasar genial, Mia monta las mejores fiestas del barrio —dice Nicki.
—¿Quién es Mia? —le preguntó con interés.
—Es una chica del insti. El año pasado estuvo en un internado de Italia porque sus padres la pillaron liada con uno de la Barracuda. Volvió hace una semana y hoy celebra su vuelta a la isla —me chismea Nicki.
—¿La Barracuda? —le pregunto, con extrañeza, recordando el primer lugar donde iba a reservar alojamiento.
—Es el barrio más problemático de la isla —interviene Justin.
Justin aparca y nos bajamos del coche. El acerado está abarrotado de gente, desde fuera se pueden apreciar las incontables luces de neón que emergen de los amplios ventanales del chalet de Mia. La música resuena por toda la calle. La gente, con vaso en mano, pasean por el jardín muy bien vestidos con ciego regocijo. Allí hacen botellón o salen a fumar, bajo una amplia guirnalda de luces cálidas. Al fondo veo como unos jóvenes saltan a una enorme piscina, compitiendo por hacer el salto más espectacular. Justin aligera sus pasos hasta que, al poco tiempo, lo perdemos de vista entre la multitud que hay en el jardín. Al llegar a la entrada, un grupo de chicas se acercan a Nicki y empiezan a hablar tan rápido que se pierden entre sus palabras.
—Nicki, voy a entrar, nos vemos dentro —le interrumpo para escapar de la repentina conversación.
—Vale, busca la barra y pide lo que quieras. Yo voy en seguida —me dice.
Entro en la casa y camino entre la gente, algunos bailan, otros conversan animadamente, mientras la música y las luces de colores envuelven el ambiente. De repente, sobre mi hombro, siento una mano fría y al instante me doy la vuelta.
—¡Hey, veo que te has desorientado! —me dice un joven de unos veinte y pico años...
—Estoy buscando la barra —le digo al instante.
—La barra está al fondo, pero yo te puedo ofrecer algo mejor. Soy Troy y reparto flores a domicilio o en cualquier rincón de la ciudad, como prefieras —me dice con una sonrisa pícara.
—¿Flores? —le pregunto con confusión.
—¡Ven conmigo, te presentaré a más gente! —me instiga Troy—. Oye, por casualidad, no eres de aquí, ¿verdad?
—No, llegué hace poco a la isla —le contesto.
—Te va eso de las nuevas experiencias, tienes que ser una persona muy interesante. ¡Ven, acompáñame!
Troy es de estatura baja, tiene el pelo de un castaño muy oscuro y sus ojos son azules como los de un gato siamés. Lleva una camisa de lista y unos chinos beige. A medida que avanzamos por las estancias de la casa, empieza a saludar a todo el mundo. Hay mucha gente, entre el bullicio y la música a todo volumen, parece como si estuviésemos en una discoteca. Un tufo entremezclado a alcohol y tabaco, entre otras sustancias, se dilata por todos los rincones.
De nuevo, veo aparecer a Justin que, con nerviosismo, se acerca a Troy y le dice:
—¡Tío, para cuando podrás tener las flores!
—No las tendré hasta dentro de unas horas —le responde Troy, deteniéndose en ese instante.
Una chica de ojos verdes aparece de repente por detrás de Justin.
—¡Qué romántico! ¿Me vas a regalar unas flores mi amor? —inquiere con inocente asombro.
—Sí, ¡claro! —le contesta Justin.
Troy lo mira con una sonrisa cínica y Justin suspira aliviado.
—Nos vemos en unas horas, Troy —ultima Justin.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que estos dos traman algo... Troy y yo subimos a un nivel más alto de la casa, donde hay menos gente y el ambiente está menos cargado. Sobre un sofá alargado blanco hay un grupo de chicas y chicos que sostienen copas de balón mientras conversan.
—¡Mirad quién ha llegado chicos! ¡Nuestro jardinero favorito! —dice Logan, el chico que se burló de mi collar en el atracadero.
Troy se acerca y les pasa como unas bolsitas de fertilizantes para plantas, de manera furtiva y discreta.
—Aquí tenéis. Ahora la pasta —dice con seriedad.
Logan saca un taco de billetes del bolsillo y lo lanza sobre la mesa.
—¿Contento? —le dice Logan con arrogancia.
—Si quieres más, llámame... —contesta Troy.
—No lo dudes —le responde.
Logan vuelca la cabeza y fija su mirada en mí.
—¿Todavía no te han dicho que el collar blanco solo lo llevan los críos de la isla? —me dice burlándose de mí.
—Logan, cállate. Salvó a Nicki —le dice el chico que hay a su lado, en mi defensa.
—¿Tú eres quién salvó a Nicki? —me pregunta con socarronería.
—¿Y tú eres el que salió corriendo cuando se estaba ahogando? —le suelto.
Logan me mira con odio mientras sus amigos ocultan sus risas y susurran entre ellos. De repente me giro y me percato de que Troy ha desaparecido.
Se forma un silencio incómodo en la reunión y Mia interviene:
—¡Quitad esas caras largas, es mi fiesta y hemos venido a divertirnos!
—Mia, a mí no me vacila nadie —dice Logan.
—Logan relájate, vamos a bailar —le pide Mia, amenizando la situación.
Mia le coge la mano y se lo lleva a la pista de baile. Pasan por mi lado y Logan me susurra de forma amenazante:
—Ten cuidado con lo que dices.
El resto del grupo los siguen y comienzan a bailar, es el momento perfecto para desaparecer. Mientras me dirijo hacia las escaleras para buscar a Nicki, reflexiono sobre las palabras de Logan ¿los críos de la isla? ¿Por qué mi abuelo guardaba ese collar? Un ardiente vocerío me saca de mis pensamientos. Se trata de un chico encapuchado que discute con Troy. De pronto lo coge de la camisa y le grita:
—¡Pero a ti qué coño te pasa, debías estar allí a las doce!
—Tío, Alex, cálmate —dice con una sonrisa camuflada—. No volverá a pasar...
—¡Qué no volverá a pasar! —grita Alex, desesperado—. ¿Sabes en el lío en el que me has metido? ¡He recorrido media isla con tu maldita mercancía!
—Un momento, ¿cómo les has pagado?
—Como no me cogías el teléfono tuve que llamar a Noah —le contesta Alex.
—¡Joder! —dice llevándose las manos a la cabeza—. Noah me va a matar...
—¡Encárgate de tus asquerosas drogas, Troy! Ya hago bastante haciendo la vista gorda.
Alex clava sus ojos pardos en mí y se da cuenta de que los estoy escuchando. Rápidamente, me dispongo a huir y hago como si no me hubiese enterado de nada. Busco por toda la casa a Nicki. Miro a mi alrededor, pero no la encuentro por ningún lugar. Avanzo hasta llegar a la entrada y salgo de la jaleosa mansión. El jardín está repleto de gente que está hasta arriba de todo. Algunos, tumbados sobre el césped, miran las estrellas con fascinación como si fuese la primera vez que las contemplan. Otros caminan tambaleándose sobre el bordillo de la piscina. Mientras algunos se enzarzan en peleas, otros celebran su conquista de la noche. En un rincón apartado, veo a Justin sentado en el suelo con la mirada perdida y una botella de whisky en la mano. Dudo varios segundos en acercarme, pero al final lo hago.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Otra vez tú, ¿qué pretendes salvarnos a todos? —me contesta, balbuceando.
—Da igual. Estás borracho —respondo con indignación.
—Pero, ¿qué dices? Sí, estoy mejor que nunca —me dice con una sonrisa desencajada.
—Sí, claro. Buenas noches, Justin —le digo mientras me dispongo a irme de la fiesta.
—Palm Road, una vida de ensueño: mansiones, deportivos, fiestas... Vives en un paraíso hasta que un día descubres que ese mundo perfecto solo existe desde fuera.
Me quedo mirándolo con extrañamiento sin saber de qué está hablando.
—No intentes ser uno de nosotros, créeme, este mundo no está hecho para ti —me recrimina Justin.
Me invade una gran indignación por todo el cuerpo, salgo del jardín y un manto azabache cubre con su negrura todo el barrio. Las apariencias engañan. Quien diría que, tras esas vidas perfectas, casas de lujo, deportivos de alta gama y armoniosos jardines se ocultan secretos, mentiras, traiciones y un vacío que nadie se atreve a reconocer. En Palm Road nada es lo que parece.
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